Desde que se logró conocer más en detalle el genoma humano, los científicos se dedican a intentar comprender la importancia de la genética en el riesgo de enfermedades y en la determinación de nuestros rasgos característicos. Poder entender las causas ayuda a diseñar mejores tratamientos e, incluso, a poder prevenirlas.
Sin embargo, ¿cuánto nos determina la genética?
Algo que también quedó claro en estos años es que la genética es sólo una parte de la historia y que nuestros hábitos son una parte fundamental de quienes somos y lo que nos sucede, incluidas las enfermedades que podemos desarrollar.
Los nutrientes que ingerimos y los factores ambientales que nos rodean, interactúan con nuestros genes, alterando su expresión, pero sin cambiar la secuencia de ADN. La epigenética estudia como estas moléculas provenientes de nuestro entorno son capaces de “prender o apagar” nuestros genes sin modificar su código.
Si tenemos esta predisposición genética y, además sumamos malos hábitos que perjudiquen aún más, aceleramos el desarrollo de ciertas enfermedades. Por el contrario, conociendo nuestras predisposiciones genéticas podemos modificar nuestros hábitos para prevenir estas enfermedades y potenciar nuestro bienestar.
Por ejemplo, podemos incorporar frecuentemente alimentos que contengan ácido fólico, un nutriente esencial para el proceso de metilación, como así también monitorear la salud de nuestro microbioma para asegurarnos de que contenga bacterias que ayuden a disminuir el estrés oxidativo y promuevan un ambiente antiinflamatorio, esencial para evitar el daño en nuestras células y en el ADN.
Conocer qué dice nuestra genética y qué podemos hacer desde nuestros hábitos, es una herramienta fundamental para modificar nuestro “destino genético” y obtener una mejor calidad de vida.
Bibliografía: